Por Roberto Newell
La tragedia de Haití cimbró a los que vivimos el sismo de 1985. Todos recordamos vívidamente la conducta heroica de los "topos", que con herramientas improvisadas y sin reparar en el peligro que corrían se arriesgaron para sacar a sobrevivientes de entre los escombros. También recordamos las brigadas de apoyo que espontáneamente se organizaron en torno a iglesias, escuelas y universidades. La movilización ciudadana en respuesta a la tragedia fue un ejemplo de civismo del más alto nivel.
Miles de personas dejaron sus labores cotidianas y se dedicaron a rescatar a vecinos que estaban atrapados; cientos de empresas organizaron escuadras de rescatistas y socorristas; miles de familias recibieron en sus hogares a familias que se habían quedado sin albergue y cientos de empresas prestaron sus lugares de trabajo a trabajadores y empleados de otras, cuyas instalaciones estaban destruidas.
El sismo de 1985 tuvo efectos notables sobre la estructura física de la ciudad. Miles de familias y empresas se reubicaron a localidades en el sur y poniente. Estos desplazamientos improvisados cambiaron el funcionamiento de la misma. Por dicha reubicación, cientos de miles de familias mexicanas dejaron de ir al Centro. Había tantos edificios dañados que no era funcional o agradable ir a los lugares tradicionales. Aun sin un plan rector que guiara la reestructuración de la ciudad, gradualmente ésta se descentralizó, adoptando su configuración actual.
Pero los efectos físicos del sismo fueron menos significativos que los cambios institucionales que decantó. El sismo fue un hito en la vida política e institucional del País.
La magnitud de la tragedia rebasó la capacidad de respuesta de los gobiernos federal y local. Durante las semanas posteriores al terremoto, las respuestas más eficaces a la emergencia las plantearon y ejecutaron los habitantes de la ciudad. La impresión que esto causó entre la ciudadanía fue indeleble. Como en el caso de varias otras tragedias naturales (v.gr. el terremoto de Managua en 1969, la devastación de Nueva Orleans por el huracán "Katrina" en 2005, y otros), el terremoto de la Ciudad de México puso de manifiesto las debilidades del orden político e institucional. A los pocos meses, la organización espontánea de la ciudadanía en 1985 se institucionalizó y convirtió en un movimiento que cambió los equilibrios y estructura política de nuestro País. Tales cambios han afectado los resultados de las elecciones federales subsecuentes.
Los ejemplos arriba citados sirven para ilustrar los efectos de largo plazo, probables, del sismo que destruyó a Puerto Príncipe. La devastación absoluta y relativa de Haití es muchas veces mayor que la que sufrió México en 1985. Así como el terremoto de la Ciudad de México cambió a nuestro País, es probable que la tragedia haitiana cambie el destino de esa nación.
Si el terremoto haitiano hubiera ocurrido a una de las ex colonias europeas, los recursos de sus tesorerías se habrían puesto a trabajar rescatando víctimas y reconstruyendo el país en cuestión. Pero en la actualidad no hay ningún país que sienta una relación estrecha de amistad, interés u obligación moral que lo obligue a sacar a Haití de la situación en que está. Actualmente, el país mejor posicionado para ejercer ese papel es Estados Unidos, sin embargo, con todos los compromisos que ya tiene, es poco probable que esté dispuesto a intervenir en la escala y con los recursos requeridos para sacar a Haití adelante, sobre todo cuando se toma en cuenta la inconformidad que su intervención ha generado en Francia, Venezuela y Nicaragua durante la fase de crisis.
Tampoco parece realista esperar que la ONU o la OEA tengan la voluntad política o los recursos requeridos para montar un esfuerzo disciplinado y generoso de apoyo para ese pobre vecino. Las consecuencias de lo anterior son obvias: Haití se sumirá en una crisis crónica aun más profunda que la que ya afectaba al país.
En ese contexto lo más probable es que la estabilidad política y económica de Haití sufra un deterioro crónico. La debilidad de su estado afectará a toda la vecindad del Caribe, pero sobre todo a sus vecinos más cercanos: los dominicanos.
Temo que durante varias décadas futuras, especialistas en ciencias sociales seguirán haciendo cuentas sobre los costos directos e indirectos de la tragedia haitiana. Ese pobre país de por sí estaba sumido en la miseria. Lo que viene, bien podría ser peor.Roberto Newell G. es Economista y Director General del Instituto Mexicano para la Competitividad, A.C. Las opiniones en esta columna son personales
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Fecha de publicación: 28 Ene. 10
30/1/10
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